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Cuando Me Fui de la Iglesia


Acabo de ver un video de un muchacho que se dedica a reseñar películas en Youtube. Aunque estoy suscrito a su canal, en realidad veo muy pocos de sus videos, pero este video en particular me llamó la atención por su título: “Cómo Dejé de Ser Testigo de Jehová.” Debería de ser evidente con el título que el video trata sobre la experiencia de Chris (el creador del canal y de este video) con los Testigos de Jehová, y cómo eventualmente decidió abandonar esa “secta” (su manera de describirlos).


A lo largo del video, Chris cuenta cómo su familia eran Testigos de Jehová desde antes de su nacimiento, y resume algunas de las enseñanzas principales de esta organización, y cómo algunas de estas enseñanzas lo marcaron negativamente. Nos dice que abandonó a los Testigos de Jehová hace 10 años, pero nunca se ha atrevido a hacer este video por miedo a las consecuencias. Es aquí donde Chris nos cuenta que uno de los reglamentos de los Testigos de Jehová es que, si abandonas la fe, eres excomulgado de la congregación. Esto quiere decir que, una vez abandonas la fe, ningún miembro de la congregación puede volverte a hablar. Esto incluye a tu familia, amistades, y seres queridos. En otras palabras, Chris lleva 10 años sin tener comunicación consistente con su familia, simplemente porque un día decidió no ser Testigo de Jehová, y con este video su situación empeorará.


El video entra en mucho más detalle sobre este proceso, sus razones por abandonar la fe, y las consecuencias de esta decisión. Pero, el propósito de este escrito no es hablar sobre Chris, sino sobre otro tema de gran importancia, el cual llevo tiempo queriendo expresar: la Iglesia, en ocasiones, se comporta como una secta. Y, yo lo he vivido.


Antes de continuar, quiero aclarar que, a pesar de que yo también fui criado dentro de los Testigos de Jehová, nunca tuve estas experiencias negativas que tuvo Chris. Realmente me sorprendió mucho escuchar su testimonio, ya que es tan radicalmente distinto al mío. Mi experiencia con los Testigos de Jehová fue otra, y aunque también fue un tanto negativa, no lo fue a este nivel. Aún recuerdo muchos momentos bonitos que experimenté en esa iglesia, amistades que hice, el guiar par de horas con mi familia cada cierto tiempo para ir a unas conferencias con Testigos de Jehová de otros pueblos, lo cual, para mí, era una gran aventura. Recuerdo la fuente que había en el “lobby” del edificio donde se daban estas conferencias, el olor, y ver a los demás niños que, como yo, veían esto como un pasadía con su familia. También recuerdo la primera vez que mami me permitió vestirme yo mismo para ir a un culto, y me vestí completamente de blanco. Ella se rió, me dijo que me parecía a un vaso de leche, e inmediatamente me cambió la ropa. Tengo muchas experiencias positivas, a pesar de las negativas, y a pesar de las falsas enseñanzas que ahora entiendo que forman parte de esa religión.


Pero, este escrito no trata sobre mi experiencia con los Testigos de Jehová, sino sobre una experiencia mucho más reciente, dentro de una denominación de la cual todavía soy parte. Es por esta razón que intentaré ser lo más ambiguo posible, ya que no quiero reabrir heridas en nadie, ni crear controversia innecesaria. Solo quiero resaltar un problema serio que existe en el cristianismo, específicamente dentro de ciertas denominaciones o congregaciones, el cual tiene que cambiar, a menos que queramos seguir creando heridas en las personas. Y, no sé la manera correcta de describirla, así que le llamaré a este problema: el problema de una mentalidad de sectaria.


Es tan impactante escuchar sobre sectas como los Testigos de Jehová o los Amish, los cuales son tan estrictos que, como único puedes abandonar la fe es si estás dispuesto a perder a toda tu familia y amistades. Encuentro tan increíble que haya personas en estas sectas que parecen ser tus mejores amigos, incluso parecen ser familia, pero una vez pecas, haces algo indebido, o abandonas la fe, te tratan como el mismo diablo. No te vuelven a hablar más, si te ven por ahí te viran la cara, continúan difamándote en sus congregaciones, y muy pocas veces te dan una nueva oportunidad. Verdaderamente es impactante, y aterrador saber que existen este tipo de sectas religiosas, las cuales han causado tantas heridas y divisiones familiares, que no se pueden ni contar. Sin embargo, aunque parece extremo, esta descripción no está muy lejos de la realidad común.


Normalmente, la “verdadera” iglesia cristiana no se considera una secta. Cuando escuchamos estas historias como la descrita arriba, la reacción típica es una de “shock,” o incredulidad. “Yo jamás haría tal cosa. Eso no es digno de un verdadero cristiano.” Sin embargo, no es hasta que decides abandonar la fe, o sencillamente irte de tu congregación, que uno se da cuenta de lo rápido que las personas cambian. Es a esto a lo que me refiero cuando digo que la Iglesia, en ocasiones, se comporta como una secta.


Hace unos años, por razones que no hacen falta entrar aquí, yo me fui de una congregación. Fue en esta congregación que yo tuve mi encuentro con Cristo, encontré mi llamado principal, encontré mi pasión (enseñar), y me desarrollé. Anterior a esto, yo nunca había sido miembro de ninguna iglesia, aunque había visitado alguna que otra. Fue aquí donde yo me sentí “en casa,” parte de una comunidad, parte de una familia. No hay palabras para describir cuánto yo amé, y sigo amando, a las personas de esta congregación. Jamás pensé que llegaría el día en el que yo no sería parte de esta iglesia; jamás me imaginé en otro lugar que no fuera allí. Sin embargo, lo que nunca imaginé, pasó, y hoy día soy miembro de otra congregación.


Antes de continuar con mi experiencia, quiero darle para atrás un poco al tiempo, y mencionar algo que solo noté cuando me tocó vivirlo a mi. Recuerdo que durante los 10 años que tuve en esa congregación, por diversas razones, ciertas personas terminaron yéndose para otras congregaciones, o abandonaron su fe por completo. No siempre era por razones negativas, sino que, en ocasiones, sencillamente los asuntos de la vida los llevó a otros lugares. Como expliqué, en ese momento, yo no me di cuenta de lo siguiente, pero ahora lo puedo ver más claro que la luz del día. Mientras estas personas eran parte de mi congregación, para mi eran familia. Sin embargo, una vez se iban, era extremadamente raro que yo los volviera a ver, o volviera a hablar con ellos. En ocasiones, esto es inevitable, ya que las personas literalmente se fueron para otros lugares, impidiendo que nuestra relación continuara. Pero, en ocasiones, la ruptura de la relación no se debía a ninguna otra cosa fuera de que, sencillamente, se fueron, y por lo tanto ya no eran mi familia.


Recuerdo escuchar y ser parte de muchas conversaciones sobre estas personas que se fueron, y muy rara la vez estas conversaciones eran positivas. Casi siempre lo que decíamos era que esta persona se fue por las razones equivocadas, cometieron un error, se descarrilaron, etc. Y, casi nunca la conversación fue, “Se descarrilaron, así que vamos a buscar la manera de restaurarlos.” Casi siempre era un asunto de que esta persona ahora era parte del mundo, un traidor o algo similar. Nunca se usaban estas palabras exactas, pero básicamente esta era la perspectiva.


En mi caso, recuerdo decir en más de una ocasión que, cuando una persona se va de la iglesia, es porque nunca fueron creyentes reales. En esos 10 años, yo critiqué a muchas personas por irse, diciendo que la razón por la cual se fueron es porque estaban yendo a la iglesia por las razones incorrectas. "Si uno va a la iglesia buscando amistades o algo así, pues fácilmente se va. Pero, si de verdad andas buscando a Cristo, no te vas de una congregación así porque sí." Esta era mi perspectiva de los que se iban de la iglesia, y estoy consciente de que es la perspectiva de muchas personas. En palabras sencillas, mi mente no podía comprender cómo una persona podría abandonar una congregación o iglesia. “¿Cómo pueden abandonar su llamado, sus responsabilidades, y la gente que los necesita?” pensaba yo.


Esta era mi mentalidad hasta que me tocó vivirlo.


El día que yo sentí la necesidad de irme de mi congregación, todo cambió. Personas que yo amaba tanto, con quienes había tenido una relación por años, a quienes yo sentía que les había dado todo, de un día para otro me dejaron de hablar. La mayoría lo hizo sencillamente por las circunstancias. Hay que admitir que es difícil mantener una relación con alguien que ya no ves regularmente. Pero, en ciertos casos, las razones eran otras. Algunos me vieron como el villano, como alguien que se había descarrilado, que se fue de la iglesia molesto, o por las razones incorrectas. Cuando me encontraba con estas personas por ahí, me viraban la cara. Y, si me acercaba para saludarlos, se notaba la frialdad. Lo mismo que decía yo sobre otras personas que se habían ido, seguramente lo estaban diciendo ahora de mi.


Quiero aclarar que no estoy hablando de nadie en particular, ni estoy culpando con nadie por nada. Yo acepto toda responsabilidad en el asunto, en el cual yo nunca fui perfecto. Si tuviera la oportunidad de hacerlo diferente, lo haría diferente.


Habiendo dicho eso, mi experiencia no es única. Si alguna vez tu te has tenido que ir de una congregación, por las razones que sean, seguramente has notado lo mismo que yo. Mientras uno es parte de una congregación, uno es parte de una familia. Pero, una vez te apartas de esa congregación, ya no eres familia, y para algunos eres enemigo. Lo triste de todo esto, entre otras cosas, es que no entendemos que, aunque no seamos parte de la misma congregación, seguimos siendo parte de la misma familia; el mismo Cuerpo de Cristo.


Como en toda familia, siempre va a haber división. No siempre vamos a estar de acuerdo en todo, y en ocasiones vamos a pelear. Pero, seguimos siendo familia, y nada puede cambiar eso. Sin embargo, en la iglesia, no siempre es así. Permitimos que las diferencias nos dividan, y si no estamos de acuerdo con las creencias o las decisiones de algún miembro, los “excomulgamos” de nuestra presencia. Hay tantas personas con las que quisiera volver a hablar, pero no quieren saber nada de mi porque, entre otras razones, me fui. Ya no soy parte de su familia, incluso me han bloqueado en las redes para no saber nada de mí, e impedir que yo sepa de ellos.


Eso duele.


Uno de los pasajes que más me impactan es cuando Jesús, en Su última oración a Dios antes de ser crucificado, hablando de Sus discípulos, dice, “Que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21). A veces nos creemos que nuestro comportamiento no influye en la decisión de otras personas en creer o no creer en Cristo. Nos creemos que cada cual tiene que tomar esa decisión por su propia cuenta, sin importar lo que ven en mi. Pero, en este pasaje, Jesús está haciendo claro que esto no es así.


Jesús aquí está levantando un clamor a Dios por la unidad de Sus discípulos (cada creyente), deseando que nosotros seamos uno “para que el mundo crea que tú me enviaste.” En otras palabras, el mundo ve a Dios a través de nosotros. Si nosotros no reflejamos el amor y la unidad que se encuentra en el Dios Trino, el mundo no va a creer en Él. No podemos predicar amor, esperanza, etc., si entre nosotros mismos estamos divididos. Esto es un mensaje contradictorio, y el resultado es que, al vernos tan divididos, el mundo rechaza el mensaje del evangelio. Esto es una realidad que no podemos negar.


¿Cuántas veces no has escuchado a personas decir que, la razón por la cual no van a la iglesia es porque en la iglesia son hipócritas, o igual de pecadores que el resto del mundo? ¿Cuántas personas no han sido heridas por las personas de la iglesia, y por esto terminan abandonando su fe? No digo que esto está bien, pero es la realidad, y no la podemos ignorar.


Todo lo que describí arriba sobre el comportamiento de la iglesia cuando una persona se va es demasiado común, y demasiado dañino. En mi caso, yo me fui sin heridas, y continúo congregándome dentro de una iglesia hermana, parte de la misma denominación. No guardo ningún rencor hacia nadie de la congregación anterior, y si tuviera la oportunidad de verlos y compartir con ellos, lo haría. Los sigo amando igual, aunque nuestra relación no sea la misma. Yo he entendido que hay una diferencia entra la iglesia, y Cristo. La iglesia se compone de personas imperfectas, pero Cristo sigue siendo perfecto. No veo razón, entonces, para abonadonar mi fe, a pesar de lo vivido.


Pero, eso es mi caso, el cual no es un reflejo de la experiencia de otras personas. En muchos casos, lo que termina pasando en estas situaciones es que las personas salen heridas, se sienten abandonadas y rechazadas, guardan rencor hacia su congregación anterior por su comportamiento, y en ocasiones terminan abandonando su fe por completo. Y, aunque no justifico tal abandono de la fe a raíz de los errores de otras personas, lo entiendo.


Como iglesia, tenemos que tomar esta realidad más en serio. No podemos sorprendernos cuando escuchamos historias como la de Chris y los Testigos de Jehová, ya que, en ocasiones, nosotros hacemos lo mismo. No podemos seguir comportándonos como una secta, en esencia excomulgando a las personas cuando se van, y actuar como si esto no fuera nada malo. Deberíamos de seguir amando a las personas, aún cuando se van, y aunque no es realístico que mantengamos la misma comunicación que teníamos antes, tampoco deberíamos de cortarlos por completo de nuestras vidas, simplemente porque no estamos de acuerdo con cierta decisión.


Si alguien se va de mi congregación, no debo de virarle la cara cuando lo veo en el supermercado. No debería de tratarlo como un extraño o como un enemigo, rechazando cualquier intento de esta persona en mantener una relación, actuando como si nunca lo hubiera conocido. Cada situación es distinta, claro está, pero en general, este tipo de reacción no es digna de una iglesia, sino que se parece más a una secta religiosa que al verdadero cristianismo.


Tenemos que hacer un mayor esfuerzo por mantener unidad, reflejar amor, perdonar a los que nos hirieron, reconciliarnos cuando es posible, intentar restaurar a los que se descarrilan o son heridos…en otras palabras, parecernos más a Cristo.


Tenemos que hacer un mayor esfuerzo por parecernos más a Cristo, y de esta manera nuestro mensaje estará en armonía con nuestras vidas. Así ya no seremos una mera secta religiosa, sino que seremos el Cuerpo de Cristo, y en vez de crear heridas y división, estaremos atrayendo a las personas al Camino de salvación a través del amor.

Que así sea.

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