top of page
Buscar

La Mentira Desapercibida de la Serpiente


Hay historias de la Biblia que son tan conocidas, que pocas veces sacamos el tiempo para estudiarlas. La historia de la caída de Adán y Eva es una de esas historias. Todos conocemos los detalles básicos: Dios le prohibió al hombre que comiera de árbol del conocimiento del bien y del mal, la serpiente engaña a la mujer, ella come y le da de comer del fruto prohibido a Adán, y Dios los castiga.


Pero, aunque es una historia muy conocida, hasta por personas no-creyentes, hay ciertos detalles que fácilmente pasan por desapercibidos, que podrían contener enseñanzas muy profundas si prestamos atención. He hablado brevemente sobre uno de estos detalles en un blog anterior, y hoy quiero enfatizar otro de esos detalles: la mentira desapercibida de la serpiente.


Sabemos que la serpiente engañó a la mujer al decirle que no moriría cuando comiera del árbol (Génesis 3:4), y que la mujer fue tentada cuando vio que el árbol era “bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría” (v. 6). Pero, hay una parte muy interesante de la mentira de la serpiente, sobre la cual nunca he escuchado una explicación, predicación, o clase bíblica. En el verso 5 de Génesis 3, la serpiente le dice a la mujer que la razón por la cual Dios no quiere que coman del árbol es porque Él sabe “que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” Uno de los detalles interesantes sobre esta mentira es que, en parte, era verdad. Dios mismo confirma esta media verdad en el verso 22, antes de expulsarlos del Edén.


Hay un sentido en el que el comer del árbol prohibido los hizo ser como Dios. Pero, la parte que normalmente pasa por desapercibida es que, en otro sentido, ¡ya el ser humano era como Dios! Los primeros capítulos de Génesis aluden a esto de diferentes maneras. Por ejemplo, cuando Dios crea al ser humano del polvo de la tierra, “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). Esto implica que el ser humano literalmente tiene una parte de Dios en su ser, compartiendo parte de su naturaleza con la naturaleza de Dios. Luego de su creación, Dios pone a Adán a nombrar todos los animales de tierra, lo cual es significativo por varias razones, pero enfatizaré solo una aquí. Anterior a esto, Dios había creado al universo por medio de Su Palabra. Una y otra vez en el primer capítulo de Génesis leemos la frase, “Y dijo Dios,” produciendo los diferentes elementos del universo. Esto es importante porque en el capítulo 2 tenemos a Adán usando sus propias palabras para nombrar a los animales, y vemos a un Dios dispuesto a aceptar el nombre que Adán eligiera, mostrando que Adán tenía tal autoridad para hacerlo (dada por Dios mismo). En otras palabras, vemos un paralelo entre la Palabra de Dios y las palabras de Adán, haciendo a Adán, en cierto sentido, un partícipe del acto creativo de Dios.


En ambos ejemplos, entonces, podemos ver que el ser humano, antes del pecado, ya tenía cierta semejanza a Dios. Podríamos añadirle a esto el hecho de que Dios le dio autoridad al ser humano para labrar, guardar (proteger), y enseñorear (reinar) sobre toda la Creación, a pesar de que Dios es el Creador y dueño de todo el universo. Claramente, el ser humano era más parecido a Dios de lo que pensaba. Pero, dejando hacia un lado estos elementos que solo aluden a la semejanza del hombre con Dios, hay un pasaje que hace esta afirmación de una manera muy clara y explícita: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26-27). Este pasaje nos dice explícitamente que el ser humano fue creado en imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, no era necesario comer del árbol prohibido para ser como Dios; ¡ya lo eran!


La mentira desapercibida de la serpiente, entonces, fue hacer que Adán y Eva creyeran que valían menos de lo que realmente valían. La serpiente logró convencer a Adán y a Eva que no eran como Dios, que Dios no quería que fueran como Él, y que tenían que comer del fruto prohibido para lograr serlo. Sin embargo, la Biblia nos enseña que, al ser creado en Su imagen y semejanza, el ser humano tiene un valor intrínseco (natural) que nada ni nadie nos puede quitar. Más importante aún, la Biblia nos enseña que Dios quiere que seamos como Él (Mateo 5:48; 1 Pedro 1:16), y que la manera en que lo logramos es siguiendo a Cristo (Efesios 5:1-2).


Una de mis palabras favoritas es la palabra redención. Pablo nos dice, por ejemplo, que en Cristo “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). La razón por la cual me encanta esta palabra es por todo lo que implica. Por ejemplo, la palabra redención significa literalmente “comprar.” Comprar algo tiene varias implicaciones. Primero, implica que lo que estás comprando le pertenece a otra persona o entidad. Segundo, implica que, por lo menos en tus ojos, lo que estás comprando tiene algún valor, y este valor normalmente es reflejado en el precio. Tercero, una vez comprado, te pertenece a ti.


Aplicando esto a Efesios 1:7, entonces, podemos ver que, antes de ser comprados por Cristo, le pertenecíamos al pecado (Romanos 6:20). Luego de ser comprados, le pertenecemos a Cristo (1 Corintios 3:23), y somos libres del pecado (Romanos 6:22). Pero, la implicación más importante, para los efectos de este blog, es que, al ser comprados por Cristo, quiere decir que el ser humano tiene cierto valor en Sus ojos. Y, si el valor de algo normalmente es reflejado en el precio o el costo, podemos ver que el valor que tenemos es tan alto que Cristo dio Su vida para redimirnos; el precio más alto que alguien jamás podría pagar.


En otras palabras, cuando la Biblia nos dice que somos o podemos ser redimidos, nos está afirmando, entre otras cosas, que el ser humano tiene un gran valor en los ojos de Dios, y nada ni nadie nos puede añadir o quitar ese valor. Este valor que tenemos es producto de nuestra propia naturaleza, la cual fue creada en la imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, ni la ropa que usamos, ni el dinero que tenemos (o no tenemos), ni el trabajo, ni las amistades, ni absolutamente nada en este mundo determina nuestro valor. Nosotros tenemos valor intrínseco, y lo obtenemos por el mero hecho de nacer.


Esta realidad tiene varias implicaciones para temas como el aborto, pero por hoy solo quiero enfatizar que, aunque no siempre nos sintamos así, cada uno de nosotros tiene valor. La mentira desapercibida de la serpiente fue convencer a Adán y Eva que no tenían este valor, llevándolos a buscar este valor en otro lugar, fuera de Dios (en el árbol prohibido). No cometamos ese mismo error. Entendamos nuestro valor real, y de dónde viene (Dios), y de esa manera no tendremos que andar por el mundo intentando encontrar nuestro valor en las cosas materiales, o en el sexo, o las drogas, etc., volviéndonos esclavos, no solo del pecado, sino del mundo, también.


Entendiendo que nuestro valor es un regalo de Dios, y que es parte de nuestra misma naturaleza, podemos ser libres de todas esas cosas, caminando con nuestra cabeza en alto, aún cuando el mundo intente bajarla. Normalmente no me gusta mucho ofrecer mensajes motivacionales como este, pero en un mundo donde nos quieren convencer por todos lados que no valemos nada si no tenemos dinero, casa, carro, carrera, esposo/a, hijo/as, etc., creo que es sumamente importante recordarles que todo eso es una mentira.

Fuiste creado en imagen y semejanza de Dios, y por lo tanto tienes un gran valor que nada ni nadie te puede quitar.

14 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page