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La Democracia y Sus Principios Cristianos


El tiempo de las elecciones se acerca, y esto trae a mi mente el concepto de la democracia. En Puerto Rico (y Estados Unidos) estamos tan acostumbrados a poder ejercer nuestro voto para elegir a nuestro gobernador/a, y a otros representantes, que no nos damos cuenta de que esta libertad no existe en todo el mundo. En otros países existen teocracias, monarquías, gobiernos autoritarios, dictaduras, etc., ninguno de los cuales permiten al pueblo a elegir libremente a su gobierno. Nosotros tenemos el gran privilegio de vivir en una nación democrática, pero es importante mantener presente que esto no siempre ha sido el caso, y que no lo es para todo el mundo.

Pero, ¿Por qué nosotros tenemos un sistema democrático, mientras que otros países no? ¿Qué es lo que distingue a la nación americana (y, por extensión, a Puerto Rico) del resto del mundo? La realidad del caso es que, aún en países en donde existe un sistema democrático similar al nuestro, existen ciertas diferencias que lo limitan de una manera en el que no se limita en nuestro país. La libertad de expresión, por ejemplo, es protegida más en los Estados Unidos que en cualquier otro país. Claramente, la democracia que disfrutamos en nuestro país es algo que debemos de valorar, y por lo cual debemos de luchar y proteger, ya que no es un “lujo” que todo el mundo tiene. Podemos señalar todas las grandes fallas de los Estados Unidos, en particular su pasado oscuro. Pero, al final del día, la libertad que tenemos aquí es incomparable, y por eso debemos de estar agradecidos.

Pero, el punto de este blog no es alagar a los Estados Unidos, ni explicar el por qué la democracia es tan buena. Lo que quiero hablar hoy es sobre el fundamento de la democracia, y su relación con el cristianismo (o, mejor dicho, el judeo-cristianismo).

Mi tesis principal: Sin principios cristianos, no existe tal cosa como la democracia, tal como la conocemos hoy día.

Para demostrar esto, lo primero que se tiene que hacer es establecer los principios de la democracia. Aunque la democracia tiene su origen en Grecia, tan temprano como el año 5 a.C., el modelo actual tiene su origen en el siglo 18, cuando los Estados Unidos luchó por su propia independencia. Los que conocen de historia saben que una de las razones principales por la cual los Estados Unidos (originalmente, las 13 colonias) se independizó fue para establecer y proteger la libertad religiosa. Así, que, ya ahí podemos establecer una conexión entre la democracia americana y el cristianismo, ya que los primeros americanos eran mayormente cristianos. Pero, hay una mejor forma de establecer esta conexión.

La Declaración de la Independencia resume los principios fundamentales de la democracia de la siguiente manera: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres son creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad.” En otras palabras, los seres humanos tenemos el mismo valor (igualdad), y los mismos derechos naturales, y el gobierno está diseñado para proteger este valor y estos derechos. Ese es el fundamento de la democracia.


Ahora, ¿qué es lo que nos enseña la Biblia? Pues, la Biblia nos enseña que todos fuimos creados en imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27), lo cual implica que todos tenemos cierto valor innato (Mateo 10:31), y que todos somos iguales (Gálatas 3:28). El paralelo con la Declaración de la Independencia es claro.


Pero, lo interesante de todo esto no es que los principios fundamentales de la democracia coinciden con los principios bíblicos; lo interesante es que no coinciden con básicamente ninguna otra cosmovisión. Por ejemplo, el hinduismo afirma un sistema jerárquico en donde ciertas personas tienen más valor que otras. El islam también rechaza tal concepto de igualdad y autonomía personal, y rechaza el concepto de la separación de estado e iglesia. El relativismo (o posmodernismo) que tanto domina nuestra generación actual, rechaza toda posibilidad de verdades absolutas (o, en las palabras de la Declaración de la Independencia, “verdades…evidentes por sí mismas”). Y, quizás el más importante, el ateísmo rechaza la existencia de un Creador, y por lo tanto carece de todo fundamento para los derechos naturales del ser humano. Este último amerita un poco más de explicación.


Si el ser humano no ha sido creado por Dios, sino que solo es el resultado accidental de una serie de procesos naturales como el Big Bang y la evolución, ¿qué razón tenemos para creer que todos somos iguales? ¡Ninguna! Si solo soy un producto de la naturaleza, ¿de donde salen mis derechos? ¿De qué manera la naturaleza me puede otorgar el derecho a la vida, la libertad, y a la búsqueda de la felicidad? No lo puede hacer. Al contrario, la teoría de la evolución afirma la selección natural y la sobrevivencia de los más fuertes. Bajo este proceso, no existe ninguna igualdad, ni derechos innatos, sino que hay ciertas personas o grupos de personas, los cuales son más capaces o favorecidos por la naturaleza a sobrevivir. En otras palabras, la evolución (y el ateísmo) implica una jerarquía de valor. Además de esto, si tienes alguna enfermedad, defecto, o limitación que te impide ser útil en la sociedad, tu vida no tiene el mismo valor que la de una persona que puede aportar al progreso de la sociedad. Esto no es un invento mío, sino que es la implicación natural de la teoría de la evolución. Como evidencia de esto, solo tenemos que mirar a Hitler y el Holocausto, un movimiento que estaba fundamentado en la teoría de Darwin sobre el origen de las especies, afirmando una jerarquía social entre las diferentes “razas” humanas, resultando en el asesinato de 6 millones de judíos.


La realidad del caso es que el naturalismo (el ateísmo) no puede justificar el valor innato del ser humano, la igualdad, ni la realidad de ciertos derechos naturales. “Pero, yo soy ateo, y afirmo todas estas cosas,” quizás algunos están pensando. Cierto. No estoy diciendo que tienes que ser cristiano para creer o afirmar estas cosas. Lo que estoy diciendo es que, si Dios no existe, eso es solo una mera afirmación; no refleja la realidad. Lo puedes seguir afirmando, si quieres, pero sin Dios no tienes ninguna justificación para creerlo. No puedes tener valor innato, por ejemplo, si no fuiste creado/a. La vida no puede tener propósito si no fue creada con intención. El bien y el mal no puede ser objetivo si Dios no existe. En otras palabras, sin Dios, la afirmación de que el ser humano tiene cierto valor, igualdad, y derechos naturales es solo una ilusión que nos inventamos para poder vivir. No tienes ninguna razón o fundamento para hacer tal afirmación, sino que los mantienes simplemente porque te es necesario mantenerlos para poder ser feliz.


Este es el gran dilema del ateo, lo cual William Lane Craig le llama “Lo Absurdo de Una Vida Sin Dios.” Básicamente, lo que Craig afirma es que el ateo rechaza todo fundamento (Dios) para su cosmovisión (la moralidad objetiva, el valor humano, el propósito de la vida, etc.), pero como no puede vivir y ser feliz bajo esta perspectiva, elige seguir creyendo que estas cosas existen. La vida no tiene valor, pero sigo creyendo que tiene valor para poder ser feliz. No existe una moralidad objetiva, pero sigo creyendo que existe para poder mantener orden en la sociedad. Los seres humanos no tienen derechos naturales, pero sigo creyendo que los tienen para poder justificar la democracia. Es una perspectiva completamente irracional, y nos lleva a vivir una vida en constante contradicción entre nuestra realidad y nuestras creencias. Mantener estos valores, pero rechazar a Dios como su fundamento, es como querer construir una casa, pero no querer usar ningún material. Es irracional.


La democracia, entonces, no es compatible con ningún otro sistema filosófico, religioso, o ninguna otra cosmovisión como lo es con el cristianismo. Al inicio pregunté, ¿Por qué nosotros tenemos un sistema democrático, mientras que otros países no? ¿Qué es lo que distingue a la nación americana (y, por extensión, a Puerto Rico) del resto del mundo? La respuesta es su conexión y origen judeo-cristiano. No es casualidad que los países que más defienden la democracia, tienen orígenes cristianos, mientras que los países que no tienen estas raíces, tampoco tienen un sistema democrático como el nuestro. Y, aún si existieran países con estos valores, sin ninguna conexión con el judeo-cristianismo, como ya expliqué arriba, si no fuimos creados por Dios en Su imagen y semejanza, aunque el país afirme estos valores de la igualdad y los derechos naturales, lo está haciendo sin ningún fundamento real.


Así, que, mientras que hoy día está de moda afirmar que la religión solo es un cáncer para la sociedad, en especial para tiempos de elecciones, la realidad es que el derecho que estamos a punto de ejercer no existiría sin los principios judeo-cristianos establecidos en la Biblia.


Es irónico, entonces, que a pesar de esto, la mayoría de los electores probablemente elegirán a un representante que no defienda esos mismos valores cristianos que precisamente le permiten tener ese derecho a elegir. Pero, eso es tema para otro día.

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